[…]Me había debatido mentalmente entre la alegría agridulce de verla y su vana ilusión.
Yo estaba allí fuera en alguna parte, bajo la lluvia… La lluvia, que había cambiado varias veces a medida que bajaban las temperaturas, ahora era granizo, y el ruido de pequeñas piedras de hielo contrata el tejado, la despertó.
No habló. Se miro a la tenue luz de la lámpara que había dejado encendida al otro lado de la habitación. Se echó a llorar, al rato, se seco con las yemas de los dedos las lágrimas que corrían por sus pómulos…
[…]El granizo doblo los tallos y obligó a todos los animales a guarecerse, A poca profundidad estaban las madrigueras de los conejos que tanta gracia me habían hecho, los conejos se comían las hortalizas y las flores del vecindario, y a veces, sin darse cuenta, llevaban veneno a sus madrigueras. Entonces, bajo tierra y muy lejos de la mujer o el hombre que había rociado su huerto de cebo tóxico, toda una familia de conejos se acurrucaba para morir.
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